Pensamos que los pueblos pertenecieron desde siempre a su territorio, y olvidamos que la historia estuvo llena de tribus humanas en continuo movimiento.
La herida en la piel de la diosa – William Ospina
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Cuando yo estaba cursando cuarto o quinto de primaria teníamos una clase que se llamaba «Urbanidad» en la cual se nos enseñaban al lado de matemáticas, geografía o historia las normas mínimas para saber como comportarnos en público. Si, por increíble que suene teníamos una clase para decirnos: “introducir un dedo en la nariz en público (nada decía de lo privado) es de mala educación”, “cuando una persona de edad suba al bus y usted se encuentra sentado, debe ceder el puesto”, o, “se demuestra una muy mala educación cuando llegamos a una casa que no es nuestra y criticamos la decoración o las maneras de comportarse de sus propietarios”.
Hace poco tuve que acordarme de esas clases que recibía en el colegio, y especialmente de la última recomendación. He buscado en internet el libro «La Urbanidad de Carreño» que era la guía para esa clase, pues estoy interesado en saber que dice sobre
cuando deja uno de ser visitante, y se convierte en habitante de la casa. Me explico. En una cena a la cual asistimos personas de Latinoamérica y Europa, me encontré en una situación en la cual me sentí como si hubiera olvidado esa premisa aprendida desde la primaria: si soy visitante no puedo comentarios negativos sobre las costumbres de quien me acoge. El hecho desencadenante de esta reflexión fue un comentario que hice sobre la cantidad de personas que fuman en España*, pues desde mi punto de vista es un número muy elevado y que dependiendo del sitio, me resulta incomodo y prefiero no entrar. Esta sensación es compartida por
el 18% de españoles que dicen sentirse «molestos muy a menudo» con el humo de los cigarrillos. Mi comentario generó una lluvia de comentarios dentro del más estricto cumplimiento de las normas de Carreño, es decir con mucho respecto, y que giraban en torno a dos elementos principales: (i) al no ser de aquí debía aceptar, respetar y entender sus costumbres, (ii) y que mi derecho cuestionarlas no era igual al que puede tener un «nativo» -esto último más que un tema, era una sensación, o quizas una paranoia personal. Es decir, el tema de lo molesto que resulta para mi entrar a un sitio a cenar y salir oliendo a cigarrillo, era secundario. El centro de la discusión era mi posición crítica sobre eso que aquí se ve tan habitual.
No puedo negar que al finalizar la cena, que por cierto, era un restaurante lleno de humo de cigarrillo, me sentí como un grosero que no sabe respetar a quien le acoge y un desagradecido con todo lo que me ha dado este continente, y de la mejor manera que pude, maticé mi comentario. Sin embargo, después de hacer una larga reflexión sobre la validez de los comentarios que escuché, no puedo hacer otra cosa que, ahora sí, criticar la distinción que se hace entre visitante y habitante. De nuevo, me vuelvo a explicar. Una persona que lleva más de una sexta parte de su vida en un país, paga los impuestos, trabaja, lee y habla la lengua de la sociedad que lo acoge y conoce su cultura e historia, se le puede decir que está de paso, que es un visitante? Yo no creo. Considero que se le debe -no «se le puede»- considerar como un habitante con lo positivo y negativo que eso representa, con el deber de pagar impuestos, pero con el derecho de disfrutarlos, con el deber de aceptar las costumbres de quien lo acoge, pero con el derecho de opinar sobre esas mismas costumbres.
En los edificios privados y en algunos públicos, en la entrada los encargados de seguridad se encargan de entregar un autoadhesivo a las personas que no trabajan en el edificio que dice «visitante». Dependiendo del color del autoadhesivo tienes derecho a estar en una u otra planta. La preocupación que está detrás de estas reflexiones es el temor a que por mucho que me integre o me mimetice en esta sociedad, estos esfuerzos no sean suficientes para tener el derecho a cambiar el autoadhesivo por uno que diga “habitante”, o mejor… quitarme cualquier etiqueta que se me ponga desde el exterior, y tan solo ponerme aquellas que yo escojo y decido (pero en esto último no me hago ninguna ilusión, ni aquí ni en ningún lugar).
Una mirada perdida al respecto de todo esto:
En Estados Unidos el exalcalde de Nueva York es nieto de inmigrantes italianos, y un senador es hijo de una pareja conformada por un keniano y una estadounidense (seguramente hija de inmigrantes). Los dos son pre-candidatos a la presidencia. Algún día pasará lo mismo acá en Europa?… un hijo de turcos candidato a la presidencia de Alemania, un marroquí candidato a la alcaldía de Madrid… o lo máximo, un candidato negro, chino o latinoamericano a la alcaldía de Paris, Londres, Roma… como digo al comienzo… son tan solo miradas perdidas.
*Según estadísticas oficiales España es en conjunto con Italia y Japón, los países que a nivel mundial donde más cigarrillos se fuman por habitante.